(En la Foto: Cónsul de Bolivia en Chile, Freddy Bersatti y Jaime Antonio Guzmán entregando el Libro de su autoría "Versos y Adversos del Corazón a la Consciencia" con un trabajo poético dedicado a Bolivia. Mayo 2011)
Chile: El País de las Deudas Históricas
(o entre Olvidos y Omisiones)
Por Jaime Antonio
Guzmán
Que la historia se
empeñe en ser olvidada para volverse, de cuando en cuando, una voraz bola de
nieve que nos choca directamente en la cara, no es asunto de azares ni
eventualidades. Esta acción paradigmática, la del olvido por el olvido, en
nuestro país se ha convertido a través de la historia en un recurso bastamente
utilizado y mucho más frecuente en su pacto de lo que podríamos, simplistamente
a través de esta reflexión, considerar. En Chile, esta dinámica de los olvidos
y de la omisión se ha transformado en un problema social crónico, de pedagogía
nacional, de condicionante mental generalizada, tan común que hasta la propia
rutina de los golpes históricos, de las tragedias nacionales, los desastres
naturales y de los accidentes
políticos y sociales que nos vuelven a sacudir como burlándose de la pasividad
de nuestra amnesia, últimamente con demasía frecuencia, se han convertido en
una actitud natural en su resistencia no comparativa, anclada en nuestra
peculiar forma de ver las cosas, de hacer, justificada desde la
institucionalidad, sometiendo en su estilo, inevitablemente, al alma de la
familia chilena.
Olvidar u omitir se
ha transformado en una necesidad de contención natural para los chilenos, una
acción casi terapéutica, una anteojera para potros que nos ha permitido a
hombres y mujeres sobrevivir a aquello que sabemos o suponemos, no se
resolverá. De ahí la trascendencia de la omisión o del olvido, porque en su
irresolución, el uso de uno o de otro recurso, del olvido o la omisión, se nos
vuelve una necesidad vital.
Los atropellos a
los Derechos Humanos y las Desapariciones ocurridas en el Régimen Militar que
hasta el día de hoy permanecen impunes, forman sólo la primera línea de una
larga lista de omisiones y olvidos que, consensuados o inconcientes, se han
transformado en una actitud nacional constante. La aceptación de los genocidios
étnicos acontecidos desde la
Conquista, el desconocimiento a la pertenencia de tierras
mapuche en la Araucanía,
los costos sociales de la municipalización de la Salud, las deudas previsionales
de los profesores, la desventaja laboral tras la figura de las Boletas de Honorarios, las personas en
situación de calle y el lucro en la Educación, vienen en sumarse a esta lista
perversa de inadvertencias. Es, precisamente, este juego de omisiones y
olvidos, que no perdona pero que obvia, como un by pass gástrico, las atrocidades que nuestro propio Chile ha hecho
con su gente. Olvidamos descaradamente. Omitimos sin ningún prejuicio. Nos
resulta más fácil la subconciencia (o la inconciencia intencionada) frente a
los traumas severos que la ocupación de los errores. Tal ha sido el uso de esta
actitud, que sin darnos cuenta, como una condicionante operativa naturalizada,
la ocupamos tanto como caminar, comer o dormir.
Pero, si Chile no
se reconoce en sus errores, mientras exacerba sus aciertos, ni estima las
deudas históricas que mantiene consigo mismo, con su gente ¿Cómo podría, entonces,
asumir otras deudas, con otros pueblos? La complejidad de las omisiones y de
los olvidos aquí, adquiere ribetes de presuntuosa calamidad. Bolivia es un país
hermano, que tras la Guerra
del Pacífico vio cómo se validó la reducción brusca de su territorio en pro de las nuevas fronteras de un Chile
que los limitó y los alejó, sin misericordia ni contemplaciones, de un bien
natural tan sentido y vital, como las aguas del Pacífico. Esto, considerando
también la riqueza natural que el propio norte concentra en su extensión, no
sólo en la consideración del espacio físico, de la tierra, sino en los recursos
minerales, en flora y fauna que la enriquece y la convierte en esencia, en una
pérdida vital irreparable. El Tratado de 1904 viene en ratificar la falta de
tino de un país que se sabe vencedor, imponiendo condicionantes a un país vencido,
que en vías de su ventaja lo obliga a permanecer sin ninguna posibilidad de
goce y utilización de su ahora, ex mediterraneidad, con todo lo que política y
económicamente ello significa. Chile asume este triunfo marítimo-terrestre como
un tesoro irrenunciable, tratando esta franja nortina como si siempre hubiese
estado a nuestro arbitrio, olvidando descaradamente que lo que hoy forma parte
del territorio chileno alguna vez no lo fue y omitiendo los enormes costos
políticos, económicos, sociales y culturales que todo esto ha significado para
Bolivia. A los desmemoriados les recuerdo que Bolivia no sólo perdió mar,
también tierra.
Así, como -desde la
formalidad- Chile olvida u omite, desde el otro lado, desde la esencia de su
pueblo, en ocasiones desde la clandestinidad, desde el submundo, desde lo
informal, cada deuda impaga se ha ido transformando inevitablemente en el
baluarte de ciertos hombres y ciertas mujeres que, sumidos por la sensatez del
sentido de responsabilidad frente a las injusticias, sí la reconocen, sueñan en
su reparación y se organizan para saldar, desde la impaciencia y la cordura, o
desde la locura más irracional de la agitación por la justicia, las deudas.
Chile tiene una
deuda histórica con el Pueblo Boliviano, tan sangrienta y voraz como las
propias deudas internas en las que nos columpiamos cuan niños extasiados. Deuda
que la barbarie intelectual chilena se ha empeñado en disfrazar de legítima
usurpación y legal adquisición de terrenos que objetivamente, nunca fueron
nuestros. Valga la pena enunciar cómo la cultura boliviana fue borrada de
nuestros libros de historia y no tratada como parte del aprendizaje fundado de
los chilenos en las décadas de los setentas y ochentas, salvo, aquellas
percepciones que concluían, casi como un pasaje inevitable, sobre la Guerra del Pacífico.
La historia de
ambos países está bañada con sangre y ningún chileno puede permanecer ajeno a
esta realidad tan dolorosa para la historia de América Latina. Inevitablemente
nos hemos convertido en herederos de un desastre internacional; adquirimos
la amputación de un país hermano, coartado su desarrollo, apropiándonos de
parte de su cultura, y pese a esto, el Estado prefiere omitir la existencia de
esta cicatriz que no sana ni sanará, mientras Chile no reconozca su deuda con
Bolivia.
Pero han existido
notorios avances en esta materia, impensados hace diez años atrás. Desde el
mundo político, ya se redacta en las conclusiones del V Congreso de la Democracia Cristiana
la necesidad de debatir sobre una salida pacífica al mar. Por su parte, la
ciudadanía lo impuso colectivamente en el Estadio Nacional tras una visita del
Presidente Evo Morales a Chile, donde la incontrolable proclama: “¡Mar para Bolivia!”, incluso trascendió
las fronteras de América.
Los artistas
chilenos han dado otro paso importante, pues tras la elaboración del Manifiesto
de Poetas Chilenos por la
Integración de los Pueblos de Chile y Bolivia, promulgado en
Abril de 2008 en el Primer Encuentro de Poetas por la Integración
Chileno-Boliviana, el reconocimiento a esta deuda se hace
evidente. Renace como un grito que se desgarra en las letras de más de cien
poetas y artistas que en el mejor de los escenarios, exigieron intercambio
cultural e integración, que desde este lado del mar, se alzó como una necesidad
inmediata, más allá de los sueños y romanticismos que motiva y encanta. El
pueblo chileno está hablando y el Estado no puede seguir omitiéndolo.
En el país de los
olvidos, sus representantes no pueden seguir sufriendo Alzheimer. Sería no
reconocer el círculo vicioso en el que a propia voluntad hemos cercado. Es
necesario consentirse en una cura urgente, para que el Estado chileno comience
a prestarle oído a las nuevas voces que exigen justicia y un tratamiento
eficaz, desde lo formal, a las situaciones pendientes que pretenden relegarse.
Es tiempo de escucharse, de mirarse a los ojos y comenzar a resentirse, a
tocarnos sin miramientos, a debatir en aras del reencuentro, a reconocernos en
nuestras propias limitaciones pero siempre, siempre del lado de la razón y el
entendimiento. Bolivia no puede seguir sin una salida al mar. No se lo merece.
Latinoamérica requiere de pueblos hermanos, no dañados y con miras a una
integración real y efectiva. Los poetas chilenos, con este Manifiesto, han dado
una muestra de madurez impresionante que tanto le hace falta a Chile
impregnarse.
Para quienes
consideran que el fenómeno generado tras la posibilidad de salida al mar para
Bolivia desde el seno de la cultura chilena (y no desde la formalidad política
como debería considerarse), es cuestión de mero romanticismo poético, les insto
a realizar una proyección más fina y utilitarista de esta performance literaria
que generó el Manifiesto, porque en resumidas cuentas la integración con
Bolivia podría convertirse en una herramienta política concreta para la
integración con Latinoamérica, pudiendo en ello establecer mecanismos de
fortalecimiento espiritual y cultural que unan y sostengan el inicio de una
relación formal entre Chile y los otros países del continente. Este simple acto
de constricción, podría seguir abriendo no una sino varias otras puertas al
fortalecimiento nacional interno, al de la integración entre chilenos, al mismo
tiempo en que iría posicionando a Chile como una referencia internacional
sólida, pues, las relaciones con Bolivia son un imperativo moral, pero también económico
y político estratégico, que podría incluso ayudarnos a enfrentar problemas de
manera conjunta, como el cambio climático y las crisis que lo sucederán.
Bolivia y Chile podrían transformarse en aliados políticos valiosos para hacer
frente a las complejas disparidades entre países e intereses internacionales,
principalmente comerciales y de explotación de recursos naturales. Pese a esto,
y no es que sea para no considerarlo, prefiero mantenerme en mi puesto,
asumiendo mi responsabilidad como chileno, sosteniendo con ello que el arte y
los artistas, esta vez, han dado muestras de sensatez, disponibilidad y claridad
mental, simplemente, por pensarse unidos, sin esperar, más que la unión y la
fraternidad, nada más a cambio.
Este afán, para
algunos quijotesco y melancólico, que me obliga a escribir estas reflexiones,
pretenden sensibilizar y transformarse en una herramienta concreta de
concientización, porque quiero una Bolivia hermana, donde un día pueda
encontrarme con mi amigo, el Poeta Boliviano Eduardo Nogales, y no me
avergüence mi historia ni me pese la incomprensión de sentirme debiendo. Quiero
sentarme a las orillas de un mar majestuoso, que en el tenor de la fraternidad,
me sienta invitado por Nogales a beber un vino y disfrutar sus costas, como
siempre debió haber sido.
Publicado en el Sitio Web Desarrollo y Participación
Santiago de Chile.-